Habitar el aire. II. La dimensión osmotópica de las atmósferas

Con el dominio casi absoluto de la vista y del oído, los otros sentidos se resignan a un segundo plano de consideración.
Esto parece peculiarmente claro en el caso del olfato. Se lo trata como un sentido primitivo, animal, instintivo que sólo aparece emerger con el espanto radical por el mefitismo. De los lugares parece esperarse que no huelan particularmente a nada.
Sin embargo, lo hacen. Nuestra acuidad apenas reconoce un tono, un fondo perceptivo: las escuelas, los hospitales tienen un aroma particular y distintivo. Por su parte, los comerciantes de ropa femenina rocían discretamente sus ambientes como estímulo a la adhesión poco consciente y el incremento consecuente de las ventas. Proliferan las ofertas de la industria de los productos para la limpieza y aún los dispositivos para perfumar los ambientes. Las amas de casa, se piensa, quieren que su residencia huela a limpio, como prueba patente de la limpieza imperante.
Pero si cavamos en nuestra memoria, ha habido lugares que han portado su propia fragancia: las maderas, los cueros, las tapicerías, aún el polvo no removido.
Habría que prestar mayor atención a la dimensión osmotópica1 de las atmósferas habitadas.



1Del griego osmos, olor

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