Por
lo general, para dar con la fisonomía general de un edificio, nos contentamos
con apreciar sus masas y sombras según se perciben desde el exterior.
Pero
el conocimiento íntimo y propiamente arquitectónico de un lugar sólo se
consigue con el recorrido del lado de
adentro. De este lado del edificio, lo que cuenta, en principio, es el roce
de la superficie interior de la arquitectura con la piel que toma debida nota
de texturas, contornos y calores específicos y superficiales. Así, se ponen en
contacto directo la piel sensible de la arquitectura y una superficie sensitiva
mayor del cuerpo. Allí donde la piel agradece el confort, la arquitectura
cumple con su cometido principal.
La
interacción de estas pieles promueve una profunda erótica que no debe faltar en
una completa Teoría del Habitar.
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