Se ha
dicho antes que tenemos derecho a un
lugar soñado en donde valga la pena el despertar.
Un
lugar soñado no es sólo lo que urde nuestra imaginación vagarosa, también lo es
aquello que proyectamos, que lanzamos adelante… y que nos aplicamos a
construir. Después de todo, si se repara bien en la cuestión, siempre habrá en
un presente algo que hemos elaborado antes, a título de tentativa, de
hipótesis, de conjetura.
Un
lugar en donde valga la pena el despertar es aquel que hemos conquistado con
felicidad y constituye una riqueza esencial porque no se desvanece con la
vigilia.
Porque,
como habitamos el aire, todo aquello
que soñamos y que resulta vano —por no persistir en el despertar— se diluye,
evanescente, ligero y tenue, para dar sustancia y origen a otros sueños.
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