No sé
cuáles son las razones, pero me animo
a mencionar al menos una sinrazón al respecto.
Si
uno reduce el habitar de su estatuto permanente y ubicuo al parcial y reducido
del alojamiento doméstico se debe, en primer lugar, a que de esta manera la
soberanía ciudadana sobre los lugares habitados se reduce falazmente a los
contornos de la casa. De esta manera puedo reivindicar sólo mi eventual derecho
sobre mi alojamiento privado y me enajeno del resto de los bienes comunitarios:
nuestras calles, nuestras plazas, nuestros teatros…
Ajenos
me son tanto las calles por las que sólo circulo, como los lugares en donde
sólo trabajo y me cultivo.
Propio,
lo que se dice con propiedad, será apenas mi alojamiento en tanto pueda
adquirir esa cosa mercancía denominada vivienda.
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