Hay
al menos tres manifestaciones de la energía que hacen lugar: el sonido, el
calor y la luz.
El
sonido articula los ámbitos habitados en la articulación activa de esferas
fonotópicas que diferencian a propios de extraños con la modulación del volumen
y la restricción de la información. Una confidencia susurrada une a dos o más
amistades y deja afuera a todos los demás. Si alguien eleva el tono de su voz,
concita la atención de aquellos que están algo distantes y conforma así un
amplio auditorio. Los solitarios buscan zonas de silencio para encontrarse
consigo mismos.
El
calor distribuido heterogéneamente articula respectivamente zonas caldeadas y
frescas. Así, la proyección del calor de un hogar abierto genera un lugar en su
proximidad, alejándolo termotópicamente de las zonas circundantes. Un emparrado
señala con su sombra un ámbito de frescura hurtado a una agobiante canícula.
La
luz también opera cuando aparece distribuida de modo discontinuo. Caravaggio y
Georges de la Tour han mostrado de manera ejemplar cómo una débil luz revela
una presencia que se recorta dramáticamente de las sombras circundantes. Con la
luz también se modelan lugares habitables.
Las
dimensiones físicas de los lugares habitados no se reducen a las cuatro
dimensiones físicas clásicas —las tres espaciales y el tiempo—, sino que
comprenden además las provenientes de los gradientes de sonido, calor y luz:
dimensiones entonces fonotópicas, termotópicas y fototótpicas. Las dos
dimensiones primeras fueron puestas en consideración por Sloterdijk (2004); la
tercera se agrega aquí, siguiendo su ejemplo.
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