El aire nietzscheano es entonces una extraña
sustancia, es la sustancia sin cualidades sustanciales. Puede, por lo tanto,
caracterizar al ser como adecuado a una filosofía del devenir total. En el
reino de la imaginación, el aire nos libera de las ensoñaciones sustanciales,
íntimas, digestivas. Nos libera de nuestra adhesión a las materias: es, pues,
la materia de nuestra libertad. A Nietzsche el aire no le trae nada. No le da
nada. Es la inmensa gloria de una Nada. Pero no dar nada ¿no es el más grande
de los dones? El gran donador de las manos vacías nos libera de los deseos de
la mano tendida. Nos acostumbramos a no recibir nada, en consecuencia a tomarlo
todo.
Bachelard,
1953
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