Los
lugares originarios tienen la virtud de promover el regreso.
Desde
ellos se diseminan las sendas de salida al mundo. Por prolongados que resulten
los desplazamientos, en el espacio tanto como en el tiempo, siempre queda el
recurso de volver sobre los pasos, replegarse hacia estancias más o menos
extensas, más o menos duraderas. Si con el tránsito hacemos de la vida una
aventura, con la vuelta a las estancias construimos lo que habitamos.
Quizá
uno no consiga nunca separarse mucho de sus lugares originarios.
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