El primer
signo deíctico en la Rambla
Hace
ya algún tiempo se celebró en nuestra ciudad un encuentro de representantes del
Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Para esta ocasión, a un cierto
creativo sujeto se le ocurrió plantar un gigantesco cartel con la palabra Montevideo en la Rambla de los Pocitos,
uno de los lugares más pintorescos. Así ubicado, la leyenda funciona como un
signo deíctico, esto es, una indicación que identifica y nomina una cosa.
Antes, simplemente, teníamos una ciudad hermosa con unas interesantes bahías
hacia el Río de la Plata. Ahora, por si a algún visitante se le pudiera pasar
por alto, le recordamos que este solar se llama y se recuerda como Montevideo.
Las
letras gigantes supusieron, como sería de esperar en estas circunstancias, una
oportunidad para las habilidades trepadoras de los niños, para el
sentimentalismo de los cazadores naïf de recuerdos y también, como no, un desafío
a los vándalos. El gobierno de la ciudad destina sus buenos recursos para
asegurar una razonable durabilidad y mantenimiento.
Las
autoridades municipales han tomado nota del atractivo turístico y de ciertas
posibilidades comunicativas. Así, diversos colectivos se aplican a colorear
diversamente las letras como dispositivo para vehiculizar algunos mensajes
tales como el de la Diversidad Sexual o el duelo por los atentados terroristas
en Francia, sin contar con algún club deportivo que le aplicó sus colores en
ocasión de ganar un campeonato.
Pero
el viernes pasado sucedió otro evento comunicativo de diferente carácter. Las
autoridades municipales decidieron invertir en otro signo deíctico en otra
locación paisajística especialmente relevante. Ahora hay un nuevo cartel en la
falda del Cerro, con vistas a la bahía del Puerto.
En
este blog se ha defendido la idea que enuncia que habitamos, simultánea y recíprocamente,
tanto geografías como historias. Juro que nunca esperé encontrar una verificación
tan risible de tal aserto.
Una segunda
ocurrencia en la falda del Cerro
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