Roberto
Fernández (1999, 2000) croquiza a su manera el contextualismo, mediante tres
gruesos trazos críticos:
- El proyecto contextualista es aquel que propone lugares deducidos de lugares
- El contextualismo aparece afectado de topofilia, esto es, amor al lugar.
- El contextualismo concibe a un tipo de arquitectura deducida del contexto urbano preexistente y al cual se dirige casi como con la voluntad de proveer una prótesis de la anatomía faltante. (Gobbi, s/f)
Cabe
comentar, punto a punto:
- La pretensión de deducir lugares de lugares, es una superchería fácil de desenmascarar: toda intervención humana en un contexto constituye, en el mejor de los casos, una inferencia interpretativa producto de una apreciación contingente del contexto.
- La topofilia, más que adherir afectivamente al lugar –lo que es, en todo caso, encomiable pero insuficiente— se compromete con el conocimiento profundo del lugar.
- Por su parte, la pretensión de erigir una prótesis de anatomía faltante es un ejercicio flagrante del peor narcisismo arquitectónico. La atención cabal al contexto vuelve sinceramente humilde al arquitecto, que adopta una disposición heurística profunda.
Todo parece que no hay otro camino razonable que
atender con acuidad y sensibilidad al contexto, sin incurrir en equívocas
ideologías contextualistas
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