Los
estudiantes de arquitectura de todos los tiempos hemos buscado, por todas
partes, aquella arquitectura que, por ejemplar, nos enseñe el oficio.
Es
así que los más afortunados viajan por el mundo, mientras que los más fatigan
las bibliotecas en busca de aquella, la mejor de las arquitecturas. Yo todavía
no la he encontrado.
Ahora
que me estoy volviendo demasiado viejo para que valga la pena persistir, me da
por sospechar que la mejor arquitectura es la que portamos en los enigmas del
deseo.
Necesitaríamos
como el aire las mañas de un Sigmund Freud para indagar en estas profundidades.
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