Ya se
ha comentado antes que los bordes ejercen una cierta fascinación: las costas
son claro ejemplo de ello.
Es
que habitando los bordes experimentamos la diferencia de las regiones. Nos
emplazamos, a la vez, en Uno y Otro Lados: lo extraño irrumpe en la perspectiva
posada en lo propio.
La
habitación de los bordes intensifica la pertenencia al lugar propio, allí donde
éste tiene un definido confín.
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