Hay
algo maniático en la conducta ordinaria que opta por acumular objetos a título
de recuerdos.
Se
trata de una escritura menesterosa: en vez de redactar memorias, los fondos de
los cajones hacen caudal de signos ostensivos. Un programa de teatro guardado
es una fútil maniobra contra la evanescencia del momento quizá mágico que ya se
desliza hacia el olvido. Un mochuelo de cerámica es portador de nuestro paso no
suficientemente detenido por Atenas. Un antiguo compás pretende hacernos creer
que aún recordamos los tiempos en que dibujábamos sobre el papel.
En
definitiva, vamos acumulando objetos portadores de signos de la vida ya pasada.
Hitos del camino a la muerte como única certeza. Cuando colmatemos los cajones
y escondrijos, entonces moriremos y, como dice, el inmortal Horacio Ferrer, se irán los recuerdos en puntitas de pie.
1
Del griego tánathos, muerte
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