En
nuestra cultura suelen considerarse conexas las ideas de consumo y de buena
vida.
Para
los publicistas, buena vida es la que consigue consumir bienes y servicios
especialmente refinados: buenas comidas en excelentes restaurantes, regadas con
los mejores vinos y cosas así… en una palabra, consumos. En consonancia, el bon
vivant es portador de un refinado sentido del gusto y constituye un
paradigma de lo que queda de la aristocracia en la actualidad.
Sin
embargo, existe una buena vida que no se reduce al consumo elitista, pero
consigue una plenitud que no es sino el refinamiento de la sensibilidad capaz
de descubrir muchas cosas singularmente valiosas que no constituyen, por
cierto, mercancías. A descubrirlas.
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