Rodolphe Ernst
(1854- 1932) El vendedor de flores
(s/f)
Del otro lado de la puerta un
hombre
deja caer su corrupción. En
vano
elevará esta noche una plegaria
a su curioso dios, que es tres,
dos, uno,
y se dirá que es inmortal.
Ahora
oye la profecía de su muerte
y sabe que es un animal
sentado.
Eres, hermano, ese hombre.
Agradezcamos
los vermes y el olvido.
Jorge
Luis Borges
Una sinécdoque
es una figura retórica que suele presentar a una totalidad por la mención de
una parte, tenida por el sentido común como esencial.
Cuando
nos referimos a un lugar habitable, es frecuente que nos lo representemos con
un techo. El techo, como parte de una casa, pasa a designar al todo, al lugar
habitable en virtud de su carácter de amparo o abrigo: el techo cubre y aloja.
También los muros abrigan, pero no
suscitan, por sí mismos la metonimia del lugar habitado, sino del encierro, la
reclusión, el apartamiento. Estos aspectos son tenidos por lo general como
aflictivos por el sentido común, por lo que las paredes, si bien necesarias, no
serían una virtuosa y vistosa parte del todo.
Pero ¿qué pensar de una puerta?
¿Puede ofrecer un aspecto sinecdótico del domicilio? En definitiva, allí iremos
a llamar para encontrarnos con el morador. Ante la puerta nos hallamos ante el
umbral crítico de un lugar: toda la expectativa por las personas y el lugar que
le es propio. Ua puerta tanto ampara como comunica personas y lugares. Un lugar
habitado de modo civilizado cuenta con, al menos, una puerta fundamental.
Una
puerta cubre, aloja, descubre, a la vez que invita cortésmente a pasar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario