Eleuterio
Pagliani (1826-1903) Dama con abanico
(1876)
La
idea de función culmina allí donde se entiende la trascendente finalidad de
toda cosa.
Preguntarse
por esta trascendente finalidad de cada cosa es inquirir sobre el designio
constitutivo que le ha conferido un humano para
qué. Como ya se ha visto, el para qué
de la arquitectura y de cada uno de sus constituyentes no se circunscribe ni a
la operación de algún tipo de mecanismo, ni a la implementación del puro uso.
La obra arquitectónica, en su determinación final, es más que un mecanismo y
más que un útil. Puede pensarse que la forma final, la delimitación absoluta y
contundente de la forma construida, la firme constitución de la materia, es la
finalidad de la arquitectura. Muchos piensan de este modo y quizá conformen aún
una mayoría hegemónica.
Pero
a mí me parece que es la vida del cuerpo del habitante la verdadera finalidad
de la arquitectura. Tal como muestra la ilustración, la magnificencia del
espacio, la calidad del pavimento, la elegante curva del respaldo del asiento
cobran todo su sentido final sólo cuando una bella se reclina confortable y
serena. Con esa convicción, aún oscura, sigo insistiendo
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