Meteora, Grecia,
2015
Los
monjes de Meteora vivían en un mundo hostil por lo que era razonable para ellos
aproximarse a las promesas de lo divino en el cielo antes que arriesgarse en
las tierras bajas.
Así que
prefirieron las peculiares eminencias orográficas para sentar sus reales allí.
Bien alto, de modo que se oyesen mejor las plegarias dirigidas a cielo y
dejando bien abajo el peligroso acontecer mundano. De todos modos, los mortales
siempre habitan un horizonte, esto es, participan poblando la zona de
articulación entre la tierra y el cielo. Porque lo nutricio participa de la
interacción entre lo que se cultiva en la tierra y se riega desde el cielo.
Porque habitamos, a la vez, ese horizonte que une y separa, así como los
umbrales que también unen y separan.
Lo que
cuenta es el modo distintivo de situar y constituir horizontes y umbrales, en
cada circunstancia, para conformar nuestros lugares en el mundo.
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