Eva Rubinstein
(1933)
La vista es el sentido del
observador solitario, mientras que el oído crea una sensación de contacto y
solidaridad; nuestra mirada vaga solitaria por las oscuras profundidades de una
catedral, pero el sonido del órgano nos hace experimentar de inmediato nuestra
afinidad con el espacio. En el circo, observamos atentamente en solitario en
los momentos de más peligro, pero la salva de aplausos tras la relajación del
suspense nos une con la muchedumbre. El sonido de las campanas de una iglesia
que resuena por las calles de una ciudad nos hace conscientes de nuestra
ciudadanía. El eco de los pasos sobre una calle pavimentada tiene una carga
emocional porque el sonido que reverbera de las paredes circundantes nos sitúa
en relación directa con el espacio; el sonido mide el espacio y hace que su
escala sea comprensible. Con nuestros oídos acariciamos los límites del
espacio. Los chillidos de las gaviotas en el puerto despiertan nuestra
conciencia de la inmensidad del océano y lo infinito del horizonte.
Pallasmaa,
2005
Es
poderosísimo el efecto de la comparación metódica de las sensaciones visuales y
auditivas.
Mucho
puede aprenderse sobre el método y mucho reflexionarse sobre las diversas
experiencias. Todo esto debe sedimentar en una nueva acuidad y en un incremento
radical de la potencia sensible: es preciso ver y oír mejor, así como analizar
a fondo los distintos efectos de cada sensación particular. A la fase analítica
le debe seguir, luego, una vocación de síntesis superior.
Una
arquitectura más auténtica es posible.
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