Lidiar con el horror, pero también con la fascinación por nuestras ciudades

Julio Alpuy (1919- 2009) Constructivo artes y oficios (1953)

Toda mirada crítica  sobre la ciudad reconoce horrores que hay que afrontar con entereza.
Los centros históricos desventrados, los asentamientos irregulares, las múltiples heridas de la segregación socioespacial son horrores que no sólo inspiran espanto, sino que constituyen acicates para la acción social y urbanística reparadora. No sabemos a ciencia cierta cómo se conjurarán estos padecimientos, pero por lo menos sabemos en alguna medida qué es lo que no nos merecemos.
Pero también se me da por pensar que existen aspectos de la ciudad actual que nos fascinan y que perderemos, ineluctablemente, en el futuro, tanto por la prosecución de los procesos urbanos degresivos, tanto por las medidas que los urbanistas introduzcan, aún con las mejores intenciones.
En efecto, cabe preguntarse por todos aquellos rasgos que creemos constituyentes necesarios y deseables en las ciudades actuales y que no repararemos en ellos sólo cuando los hayamos perdido irremediablemente.
Montevideo ha crecido en torno a la bahía de su puerto y, por mucho tiempo, la ha dado la espalda al frío y ventoso litoral platense. Con la construcción de la Rambla Sur, ganamos todos amplios horizontes y dramáticos atardeceres. Pero simultáneamente, nos vamos olvidando y dando ahora la espalda a la bahía, en donde el Cerro y el horizonte se ven hurtados por la presencia masiva de contenedores. Cierto es que la prosperidad de la ciudad es función no desdeñable del desarrollo de la actividad portuaria, pero ¿cuánto de las calidades del paisaje urbano estamos dispuestos a sacrificar?

También hay que lidiar con la fascinación que aún nos produce esta cruel ciudad en donde vivimos.

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