Pierre-Auguste
Renoir (1841- 1919) Gabrielle y Jean
(1896)
El tacto no denota posesión. La
mano no agarra la pieza, sino que ésta se deja tocar. El tacto expresa
confianza. Manifiesta el poder del sujeto y de la obra. Éstos no se muestran a
la defensiva. No alzan barreras, ni se esconden, sino que se libran. El tacto
exige quietud y cierto abandono. Sujeto y obra se entregan. Sienten ambos la
presencia del otro. La comunicación se realiza por la vibración siquiera
imperceptible. Vibran al unísono. Constituyen una unidad en la que cada miembro
mantiene su integridad y su independencia. La mejor prueba que la obra está
viva es que deje que el espectador se acerque. La obra no lo rechaza. Ambos se
tienen la mano.
Pedro
Azara, 2016
Tiene
razón Pedro Azara: el tacto expresa
confianza.
Si
bien la vista y el oído son los sentidos más tenidos en cuenta, el tacto revela
aspectos peculiarmente importantes de todo aquello con que habitamos. Es
necesario meditar en las emociones de alegre serenidad que suscitan la
apreciación cabal de las texturas. El
tacto exige quietud y cierto abandono, dice Azara. Es que primero confiamos
en las cosas que se dejan tocar y luego cedemos la iniciativa de los estímulos
a las cosas. Estas, por su parte, libran sus condiciones que exigen un meticuloso
detenimiento de las manos para percibir matices.
Y es
que el asir con las manos no sólo es una interacción entre la piel y los
músculos con los objetos, sino una que es una quiropráctica, un prendimiento que considera, valora, sopesa, que
hace de un objeto una cosa. Asimos las cosas y tenemos entonces un mundo de
cosas a la mano.
La
percepción háptica, por su parte, se complementa con la propioceptiva para
configurar el mundo circundante tal como es habitado. Palpamos para comprobar
ciertos estados de cosas, para expresar sentimientos ya sea sociales,
amistosos, amorosos o sexuales.
La
parte próxima del mundo se nos revela por el contacto íntimo con la piel y es
un goce estar vivo para experimentarlo.
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