Profundidad de los interiores

Carl Moll (1861- 1945) Interior del Palacio de invierno del príncipe Eugene de Savoy (1908)

Hay siempre una sorpresa alegre y básica en acceder a un interior bien acondicionado.
Adentrarse, sin embargo, es una tarea morosa para el cuerpo. Por eso, tiene siempre un componente de habituación que supone esfuerzos más considerables que el mero marchar. Por lo pronto hay siempre un estremecimiento en la trasposición del umbral, sensación que se va extinguiéndose con dificultad en los primeros gestos del cuerpo que se va encontrando a sus anchas. Hay que notar que, por lo general, no nos inmiscuimos en un interior, sino que somos acogidos de buena gana por él.
Un interior calmo y bien iluminado suele suscitarnos una adhesión que nos invita a profundizar. Y profundizamos las colpoprácticas exploratorias con cuidado detenimiento: conocemos nuestro lugar mediante medidas y alternadas estancias y desplazamientos.

Es con serenidad que reconocemos la honda profundidad de los interiores

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