Adolphe
d’Hastrel (1805- 1875) Azoteas de
Montevideo (1840)
Cruzaron
el Atlántico desde el soleado y seco Mediterráneo al inhóspito Montevideo del
siglo XVIII. Los primeros pobladores de aquella perdida esquina del continente
se asomaban a ellas para contemplar la llegada de los barcos a la bahía.
Entonces
eran lugares singularmente importantes. No sólo constituían los cuidados
remates de las arquitecturas más decorosas de entonces, eran lugares habitables
con la expectativa del advenimiento de personas, noticias, mercaderías. Eran
suelos elevados para asomarse a lo más allá, a lo que llega de más allá del
océano. Y por encima, todo el cielo del Sur.
Hoy
se abandonan a las palomas, a los desastrados tanques de agua, a las claraboyas
y a los gatos.
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