En el
restaurante Vasilico de Salerno, 2019
En
cierto reducto de la hermosa Salerno (Vicolo Piantanova, 7) acertamos, para
siempre, con un memorable encuentro.
Allí,
la dueña del establecimiento, lejos de contentarse con su esmerada tarea
esperable, nos explicó en detalle la historia
de cada plato ofrecido. Es que en un lugar así, uno no se limita a disfrutar de
una mera pitanza —inmejorable, por lo demás)— sino que oye con placer historias
de esfuerzos milenarios por construirse día a día el mundo, empezando por lo
fundamental: nutrir cuerpo, espíritu y alma. Y no sólo ello; —que constituye ya
una cabal muestra de poesía ancestral— también hubo una prolija mención a cada
uno de los proveedores, agricultores que luchan por cultivar de modo sostenible.
Allí confirmamos que son las gentes humildes las que tanto se arrojan al mar
tanto como se agachan hacia la tierra para encontrarse allí con los auténticos
bienes de la naturaleza que se vuelven cosa buena de comer. Son también los
humildes los que descubren cómo tratar con sencillez y sabiduría cada producto
para producir un plato que luego, con el tiempo, se vuelve un clásico de todas
las mesas.
Creo
que no todo está perdido si podemos encontrarnos en torno a una mesa, a
degustar y conversar, brindando con buen vino y arropados por un especial
sentido de la hospitalidad, tan presentes allí, en el sur de la Italia que
aprendimos a amar.
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