La recuperación de la ciudad compacta ha sido la
respuesta contraria a la urbanización difusa, fragmentada físicamente, segregada
socialmente y atomizada cultural y políticamente. Los factores que intervienen
en esta recuperación son evidentes. Se ha ido generando un consenso (relativo)
entre profesionales, responsables políticas y ciudadanos activos que la ciudad
compacta es socialmente más integradora y más justa, políticamente más
gobernable y participativa y ambientalmente más sostenible y menos
despilfarradora. Contra el tópico la ciudad compacta es más segura que las
urbanizaciones periféricas. La actividad económica se desarrolla mediante la
interdependencia entre empresas y entre colectivos profesionales. Y la
creatividad cultural y la innovación social y cultural se generan
principalmente en las ciudades densas y heterogéneas. Son las ciudades donde el
azar crea los intercambios más productivos.
Sin embargo las dinámicas del mercado, la
atomización de los gobiernos locales en las áreas o regiones metropolitanas y
la debilidad o complicidad de los profesionales y de los gobernantes se genera
una dualidad entre la ciudad compacta que mantiene en algunas partes el
ambiente convivencial y creativo y las periferias metropolitanas lacónicas,
empobrecidas culturalmente y en muchos casos monoproductivas. Es la resistencia
social de los ciudadanos que defienden su “derecho al lugar”, a mantenerse en
el barrio o ciudad en donde poseen los lazos sociales, la memoria del espacio,
la diversidad de ofertas y de posibilidades. Y también las poblaciones que se
instalaron en conjuntos de vivienda con la expectativa de una vida mejor y que
en bastantes casos al cabo de un tiempo los abandonan y buscan acomodo en
barrios, a veces degradados o marginales, pero conectados con la trama
ciudadana.
Jordi
Borja
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