Aleksandr
Deineka (1899– 1969) París, 1935
Los
movimientos primordiales del cuerpo proyectan sus improntas en la estructura
del lugar.
Así,
la marcha inflige tanto profundidad perspectiva como tiempo vivido y las cosas
no hacen más que inaugurar un anhelo de horizontes que no cesa. El erguirse
sobre los pies opera moralizando en la dimensión de la altura: desde entonces
habrá sentido de la eminencia y de la postración. El simple pero profundo gesto
de abrir los brazos inaugura la vivencia entrañable de la amplitud.
Pero
con estos movimientos, el cuerpo apenas comienza su tarea de conferir
estructura al lugar.
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