El caso San Rafael (II) El plano práctico


La propuesta Viñoly-Cipriani

El problema trascendente es que los uruguayos decidamos, de manera transparente, hasta qué punto seremos dóciles testigos de decisiones de inversión de capitales que pretenden actuar sobre nuestro territorio. ¿Queremos minería de gran porte? ¿Queremos que la forestación siga expulsando mano de obra de nuestro medio rural y restando diversidad a nuestra vida? ¿Queremos que se abra una carretera y se construya un puente en plena costa (Laguna Garzón) para que un inversor venda mejor las tierras llenas de cárcavas, que debieran ser no edificables por sus dinámicas intrínsecas?  ¿Queremos alentar el crecimiento especulativo de ciudades, para las que después deberemos construir y mantener las infraestructuras y servicios urbanos? 
Isabel Viana, semanario Voces, 2018

En un contexto en que existe un nivel de desocupación inquietante en la escala nacional, preocupante en Maldonado y agudo en el subsector de la construcción, una propuesta de inversión en la industria siempre es vista con interés. Sin embargo, lo que cuenta, a mediano y largo plazo, es la sustentabilidad global de toda la economía global de la zona para proveer de puestos de trabajo genuinos, duraderos y estimulantes al desarrollo local. Uno de los problemas de naturaleza ética, política y económica estriba en calificar metódicamente la naturaleza efectiva de la provisión de empleo tanto en la fase puntual de la construcción así como en la plena ocupación del emprendimiento. Es peculiarmente delicado justipreciar las externalidades e impactos ambientales resultantes de tal propuesta. Porque no sólo se trata de gastar e invertir dinero sino de obtener valor material, ambiental y simbólico ¿no es verdad?
Un emprendimiento inmobiliario implica de suyo el abrir cauce a inversiones necesarias a nuestra economía, se afirma con razón. Pero no es menos cierto que suponen importantes diferencias cualitativas tanto los montos brutos, los flujos y sus derrames efectivos sobre la economía local, con sus efectos de escala, intensidad y, sobre todo, sostenibilidad en el tiempo. Porque se trata de determinar qué valores materiales, ambientales y simbólicos obtienen no sólo los inversores y sus clientes, sino también las instituciones del Estado y la propia comunidad en su conjunto ¿no es verdad?

¿Vamos a seguir viviendo de la guita negra que viene de la Argentina, para decirlo en criollo, o tratamos de replantear esto de otra forma?
Arq. Rafael Viñoly, ante la Junta Departamental de Maldonado, 2018

El argumento del destacado proyectista implica un argumento que aboga por la implementación del dinero (no se especifica su color ni condición higiénica) de origen extrarregional, dícese que europeo. No queda claro, de todas formas, quiénes invertirían en cada fase del negocio que, luego de no se sabe cuántos pases de mano, terminaría en los usuarios-habitantes, si estos llegaran a existir. El modo que coexistirían estas dinámicas de inversión e implementación con las propias de la zona preexistente es una intriga en donde no es prudente incurrir en ingenuidades. Recuérdese que nos ocupa aquí la propuesta de un enclave urbanístico de nueva planta y no un mero edificio singular más o menos integrable a la trama y traza preexistente.
Llegados a este punto debemos asumir la condición ética y política propia de la primera persona del plural: nosotros. Porque somos efectivamente nosotros, los que habitamos esta comarca, los que nos debemos hacer cargo de la responsabilidad plena de decidir y condicionar la vida de nuestros descendientes, de asumir desafíos para decir a esto sí y a esto otro no. ¿Nos es deseable alentar esta urbanización sin ciudad, este mosaico sociourbano, este territorio tachonado de enclaves autónomos, este paisaje proliferado de objetos singulares, este ambiente cada vez más impactado por modos ásperos de presencia construida?

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