Melchior Lorck
(1526- 1598) Vista sobre los tejados en
Constantinopla (1559)
La cubierta es la cabeza de la
casa; y, puesto que se halla entre su ocupante y el cielo, es también el
sustituto de éste en el pequeño mundo de quien la habita.
(Rykwert,
1987)
La cubierta es la cabeza de la casa.
La cubierta es la coronación de la empresa tectónica y como tal está aquejada
de todas las emociones.
Desde
el punto de vista tectónico, la estructura de la cubierta es, con mucho, el
elemento más demandante: hay que afrontar la solución del problema con entereza y a la vez prudencia. Entereza
para encontrar la solución más eficiente y prudencia en consideración a la
durabilidad material y simbólica.
Por
otra parte, gran parte de la adhesión
que suscitará la obra radica en la peculiar configuración de la techumbre. En
particular, es decisivamente importante el contorno del skyline, la línea que recorta la obra contra el cielo. También hay
que considerar cómo luce interiormente, esto es, cómo constituye un cielo
próximo al lugar habitado.
Quizá
por ello es que los niños aprecian especialmente las cubiertas inclinadas de
doble faldón: constituyen el signo ancestral de un cielo protector. ¿Podría
decirse que tierno y solícito como el de una madre?
Si
bien una original solución constructiva suele promover la sorpresa, es más razonable apostar a la habituación. La buena forma de la cubierta —y de la obra— es
aquella que conquista legitimidad a lo largo de la historia.
Debe
considerarse cómo luce el contorno perceptible de la obra a la distancia y es
preciso considerar que buena parte de la alegría
cotidiana de volver a casa proviene de la visión alejada. Por ello, una
cubierta debe promover esta emoción a través de su configuración que la
identifica.
En
fin, la arquitectura suele apostar, por lo general a una noble serenidad que atraviesa dignamente el
paso del tiempo. Y el ciclo de las emociones vuelve a recomenzar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario