La propuesta
Viñoly-Cipriani
Para
muchos, los juicios estéticos se confunden con juicios de gusto, esto es,
juicios sintéticos (no aparecen fundados en razones precedentes) y a priori,
con lo que se postran en la más arbitraria subjetividad. Y el verdadero
problema es que la mayoría de opinantes, primero
esgrimen juicios de gusto y apenas si se sienten emplazados para aportar
argumentos que los justifiquen.
Pero
no estamos condenados a esta situación si operamos con método. Primero,
aportemos argumentos acerca de la constitución del objeto y acerca de la
oportunidad ético-política de su producción y sólo luego coronemos la labor crítica
con juicios de valor analíticos (porque derivan de argumentos precedentes) y a
posteriori.
Así
que es ahora, luego que hemos expuesto ciertos argumentos (aún sin agotarlos,
porque esto es una labor social) podemos abordar cuestiones de índole estética
sin incurrir en juicios de gusto a priori.
La
peculiar contextura formal del conjunto propuesto obedece a una actitud frente
al viejo hotel preexistente. El germen de la forma, en principio, está en la
conformación estilo Tudor del Hotel San Rafael. Esto del estilo Tudor supone una
aculturación propia de la burguesía
rioplatense de la época de su construcción, fundada en la asociación simbólica
e imaginaria entre lo inglés y lo refinado. En aquel entonces, pero
sobre todo hoy, es una poética propia de revistas del corazón que entretienen
las peluquerías femeninas con los detalles de la presunta vida cotidiana de los
ricos & famosos.
En todo
el intervalo histórico cultural arquitectónico que media entre la erección del
hotel y esta nueva y tardomoderna propuesta se ha discutido sobre la adecuación
de las formas tanto al contexto (contextualismo) como a un discutido espíritu
de los tiempos (Zeitgeist). Para
muchos profesionales arquitectos, la forma resultante debería corresponder
tanto a las solicitaciones del lugar como del tiempo histórico. Para otros, una
vez experimentada la crisis posmoderna, (casi) todo vale, con tal de constituir
aquello que Jean Nouvel ha denominado objetos singulares. Cabe preguntarse qué valores son los emergentes de tales
actitudes, ya que cada obra arquitectónica no sólo alcanza a quienes se sirven
de ella a título de arquitecto, promotor, constructor y habitante. La
arquitectura constituye bienes
presentes estéticamente en la vida de todos los ciudadanos: a todos nos afectan
sus efectos sobre la percepción, la sensibilidad y las emociones. Es por ello
que el plano estético es ineludible en el tratamiento en este caso.
En el
ámbito estético arquitectónico existe una frecuente y equívoca asociación entre
la autoridad profesional de ciertos arquitectos y el logro estético atribuido a
sus propuestas. Pero se soslaya que la arquitectura es una actividad social de producción donde el arquitecto proyectista es
un actor importante, pero de ninguna manera excluyente: una arquitectura no es
una escultura de gran tamaño. Un arquitecto de buena reputación tiene autoridad
precisamente porque puede equivocarse como ser humano que es. Un arquitecto con
autoridad no tiene licencia para perpetrar arquitectura en cualquier
circunstancia y no santifica con su gesto al firmar sus propuestas. Por otra
parte, el común de los mortales tiene pleno y absoluto derecho a tener
opiniones estéticas: sólo es preciso estudiar a fondo el tema y el carácter de
no-arquitecto no inhibe a nadie para sentirse afectado por los resultados del
obrar arquitectónico profesional. La arquitectura nos implica a todos y nos
compromete como seres sociales.
Es por
todo esto que debemos discutir a fondo este caso. Pase lo que pase, eso que se
define tan trabajosamente como cultura arquitectónica puede crecer y desarrollarse
si en vez de apasionarnos deportivamente por tomar partido como barrabravas de
tribunas, adoptamos un talante reflexivo y siempre respetuoso. Y nunca
resignado.
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