Kenyon Cox
(1856- 1919) Una égloga (1890)
Partimos de la tesis que la
arquitectura constituye una reproducción tardía de configuraciones espontáneas
de espacio en el cuerpo grupal. Aunque el hecho humano se base en un efecto
invernadero, los invernaderos primarios antrópicos no poseen, en principio, paredes
y tejados físicos, sino, si se pudiera decir así, sólo paredes de distancia y
tejados de solidaridad.
(Sloterdijk,
2004: 277s)
Este
texto citado es clarividente para revelar que la construcción material es una consecuencia de una arquitectura, por una
parte, y que, como afirmaba Plotino, luego de la ruina, lo que puede subsistir
es, precisamente, esa arquitectura.
Ahora
bien, se me ocurre sospechar que no se trata de configuraciones espontáneas, sino de designios constitutivos, esto
es, estructuras que anidan en el
fondo de la conciencia humana. Y allí la idea arquitectónica por excelencia, el
designio constitutivo, la estructura fundamental es la articulación.
Mediante
una articulación, a la vez se une y separa. Una pared constituye, ante todo,
una articulación que supone una ruptura o distancia en un lugar. Porque espacio-y-tiempo pueden ser
discontinuos, pueden reunirse a la vez que escindirse.
Unir-y-separar
es la estructura nodriza de todo razonamiento arquitectónico y precede y
propicia las fatigas de la ulterior construcción.
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