Esa emoción omnipresente

George Tooker (1920- 2011) Sala de espera (1982)

De lo que tengo miedo es de tu miedo
William Shakespeare

Hay una emoción ampliamente difundida en la ciudad que habitamos: el miedo
El tema de la inseguridad a causa de la delincuencia se ha instalado con fuerza en la conciencia social. Se tiene miedo a la rapiña, a la violación y al asesinato, entre otras formas delictivas. Pero más miedo provoca la intuición o creencia que esta inseguridad tiene causas estructurales que radican en la exclusión social, que no deja de desplegarse, implacable
Esto conduce a proliferar las manifestaciones del miedo hacia todo lo que acecha. Y lo que acecha es una calle poco iluminada, un vasto espacio desierto, un paraje lejano o poco conocido. Lo que acecha es lo Otro, ajeno y hostil.
También se teme la indefensión que proviene del anonimato. Es el miedo al ser apenas un número en una estadística. Con las tasas del destrato actuales, cómo se hará para evitar ser víctima de alguno, es la fórmula. Es un miedo que no sólo se experimenta en las calles, sino también en las oficinas, en los consultorios profesionales y lugares semejantes.
Se agrega asimismo el miedo al tedio y al vacío. Las esperas desesperan. El mero paso del tiempo, que no puede emplearse en nada de provecho, ni distraerse, se padece. Pensar es angustiarse y la angustia por pensar provee amplias dosis de aprensión.
Es casi obvio que sean la muerte y otras sorpresas las fuentes originarias del desasosiego. ¿A quién le es dado enfrentar con suficiente entereza, si no la muerte misma, su mera aparición fantasmal en el horizonte? Es que el mismo horizonte se ha vuelto ominoso.
Pero la forma más insidiosa de esta emoción es el miedo al propio miedo. Porque éste explota a fondo lo peor de nuestras conciencias: ¿cómo se conformarán las liberadoras formas de entereza ciudadana?


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