Francesco
Borromini Cúpula de Sant’Ivo alla Sapienza
Acaso
se pudiera contar una historia que comenzase con el consabido Había una vez.
Había
una vez un par de escultores plenos de pasión y furor creativo en un lugar y
una época especialmente receptiva a tales virtudes: Roma en el siglo XVII. Sus
nombres, Gianlorenzo Bernini y Francesco Borromini. Ambos se aplicaron con
tanto ahínco a la experimentación con las formas legadas por la tradición que
no hesitaron en incursionar en la arquitectura. Tanto laboraron las masas
construidas, tanto imaginaron arriesgadas combinaciones de diseños, que alcanzaron
un muy competente dominio sobre el lugar vacante, sobre el vacío. Y
descubrieron que tal vacío cobraba forma y resultaba agradable no sólo a los
sentidos, sino también ardoroso al corazón e inquietante al entendimiento.
Bajo la
abismada cúpula de Sant’Ivo alla Sapienza, en un elocuente silencio y con el
concurso cómplice de la luz, un pletórico vacío con forma ha tenido, para
siempre, lugar.
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